En el verano de hace dos años, cuando volvía de uno de mis habituales viajes de trabajo, tuve la ocasión de conocer a un grupo de chicas todas ellas estudiantes de una universidad norteamericana que viajaban en el vuelo transatlántico Nueva York-Madrid. Durante el trayecto entablé conversación con mis dos acompañantes de asiento y fueron ellas las que me contaron que venían un grupo de diez compañeras de la misma facultad a pasar un mes de vacaciones por Europa. Permanecerían una semana en Madrid y con este fin alquilaron un piso amplio en el centro de la ciudad. Habían formado durante el curso académico un curioso club o asociación de estudiantes cuya finalidad era conocer mundo, en el sentido más amplio del término y en el que sus socias (porque eran todas mujeres) tenían que ser estudiantes de la misma universidad, muy rubias, muy blancas y con aspecto angelical. Por supuesto, la fraternidad y fidelidad entre todas era un requisito fundamental.

Al llegar al aeropuerto me pidieron que hiciera de guía y fuera su acompañante durante al menos ese primer día, algo a lo que naturalmente accedí gustoso.

Nada mas llegar a la casa me dijeron que estaban cansadas del viaje y que habían decidido no salir hasta el día siguiente. Como es natural manifesté mi disposición a marcharme para que pudieran descansar, a lo que contestaron que una cosa era salir a recorrer calles y ver monumentos y otra iniciar su viaje interior, para el que también necesitaban un guía. En ese momento no entendí muy bien a lo que se referían.
Bien, seré vuestro cicerone, pero no sé de lo que habláis.
– Entonces, ¿estás de acuerdo? Nuestro viaje ahora podríamos decir que es interior, es decir, un viaje de experiencias personales. Nos hemos juramentado para conocer a fondo terrenos para nosotras hasta ahora inexplorados.
Dos de ellas fueron a una tienda cercana y subieron comida y bebida, así que empezamos a beber. Corrían el vino y la cerveza a una velocidad de vértigo, hasta que llegó un momento en el que se veía que ya estaban achispadas y desinhibidas.
Fue entonces cuando se abalanzaron sobre mí inesperadamente, tirándome al suelo y comenzando a desnudarme, unas me rasgaron la camisa, rompiendo a la vez todos los botones, mientras otras abrieron mis pantalones cortándolos con tijeras. En poco tiempo estuve tumbado en el suelo, boca arriba, completamente desnudo y sin poder defenderme ni hacer nada; me tenían absolutamente bloqueado. Separaron todo lo que daban de sí mis piernas y brazos, sujetándome una persona de cada extremidad. Mientras estas cuatro me sujetaban, vi como las otras seis se quitaban toda la ropa. Una vez desnudas, sustituyeron a las otras para que hicieran lo mismo. Comenzaron a chuparme el cuerpo entero, acariciarme, sobarme, tocarme de arriba abajo, por todas partes; no dejaron ni un centímetro cuadrado de mi cuerpo por explorar. Sentía sus manos, dedos, lenguas y labios, tanto los de la boca como los de su sexo, que también lo frotaban dejándome rastros de sus jugos por toda la piel. Unas ejecutaban mientras otras me sujetaban, alternándose en estas tareas, sin dejar que me zafara lo mas mínimo.
Una de ellas dio la orden de parar y me dijo que ahora venía la siguiente fase de su extraño rito iniciático. Vas a desvirgarnos, porque todas somos vírgenes en este club.
Así como estaba, tumbado y firmemente sujeto (tenía a una chica sentada sobre cada una de mis piernas y brazos) me obligaron a masticar unas pastillas que después supe que eran de viagra.
La erección fue impresionante.
Una tras otra se fueron sentando sobre mi pene y con movimientos lujuriosos se penetraron ellas mismas. Al romperse tanto himen y frotarse tantas vulvas, mi sexo y mi pubis quedaron llenos de sangre y jugos vaginales.
– Ahora vamos a lavarte.
Dicho y hecho. Acuclilladas se orinaron por todo mi cuerpo.
Cuando estuve empapado me soltaron. El agotamiento era tan grande que no pude levantarme y permanecí sentado en el suelo, sobre el charco de orines.
Después de llevarme a la ducha y una vez lavado me pusieron en el cuello una correa para luego tumbarme en una gran cama.
Ya habían cumplido su rito iniciático, su primer viaje exploratorio en un mundo que aún no conocían en la práctica, pero está claro que sí en la teoría.

Me retuvieron con ellas la semana entera, desnudo, atado con la correa, dándome de comer y follándome cuando les daba la gana. De vez en cuando algunas salían a hacer sus visitas turísticas, pero siempre quedaban varias conmigo. Cuando estaban en la casa iban completamente desnudas, como yo. Mamaban mi pene a cada instante, me chupaban, masturbaban y me follaban. No pasaba más de una hora sin que yo tuviera algún contacto sexual. Mantuvieron mi erección a base de viagra… y también gracias a mi propia excitación, por qué no reconocerlo.

Y así pasó el tiempo e igual que empezó, terminó todo. Se fueron y no he vuelto a verlas, aunque nos escribimos. Queda el recuerdo en la memoria y en la multitud de fotos que hicieron y colgaron en sus páginas privadas del club, a las que por desgracia o fortuna tengo acceso.

 

Autor: J.Eray

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